miércoles, 25 de julio de 2012

Las locas maneras de ver el mundo... al revés.

En el mundo al revés…

Todo se compra, todo se vende.

Yo contribuyo, tú contribuyes, él contribuye, nosotros contribuimos, vosotros contribuís, ellos contribuyen a esta esclavitud moderna.

La economía global es sinónimo de cómo unos pocos bolsillos ambiciosos ahogan a un mundo que, lejos de luchar contra ellos, anhela convertirse en sus iguales.

Los mercados son infinitamente más importantes que tú, parado de mierda.

No hay países ni naciones, es el sistema económico internacional el que maneja la vida del planeta.

El desarrollo sostenible no es posible en un sistema capitalista e hiperconsumista.

Multiplicamos el consumo de muchos y el hambre de unos pocos.

La solidaridad y la justicia social siempre son prescindibles.

La política es sinónimo de corrupción.

Son los bancos y las grandes multinacionales los que gobiernan un país.

La venta de armas no cesa ni mengua, sino todo lo contrario.

Nadie muerde la mano que le da de comer alimentando su hambre a base de miedo y cerrando su boca con falsas comodidades.

La libertad de pensamiento se erige como la única libertad posible.

El mejor instrumento de lucha: el consumo responsable.

lunes, 16 de julio de 2012

Otras formas de medir la riqueza

Cada vez que se habla de la situación de un país se alude a su nivel de riqueza, es decir, a su Producto Interior Bruto (PIB). Es más, la Real Academia Española define la felicidad en su primera acepción como estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien. Sin embargo, la posesión de bienes no es sinónimo de felicidad. Evidentemente, para vivir se necesita dinero y poseer ciertos bienes, pero una elevada cantidad de dinero no implica una felicidad mayor. Por ello, hoy queremos compartir diversos índices que no tienen en cuenta únicamente el crecimiento económico o la posesión de bienes para medir el desarrollo de un país.

El Índice del Planeta Feliz (IPF), desarrollado por New Economics Foundation (NEF) en julio de 2006, contempla la expectativa de vida, la percepción de la felicidad y la huella ecológica (aquí puedes medir la tuya). Fue desarrollado como un indicador alternativo al Productor Interior Bruto (PIB) y al Índice de Desarrollo Humano (IDH), que mide la esperanza de vida, la tasa de alfabetización y el PIB. El IPF compara la percepción subjetiva del bienestar con la esperanza de vida y con el consumo de los recursos naturales en 143 países. Al contrario de lo esperado si se relaciona la felicidad de un país con la riqueza de sus habitantes en términos económicos, los primeros países del ranking no son países occidentales, sino iberoamericanos y asiáticos. Así, el primer puesto lo ocupa Costa Rica, el segundo Vietnam y el tercero Colombia. 





Existen más indicadores alternativos a aquellos en los que prevalece la riqueza y el crecimiento económico. Este es el caso de la Felicidad Nacional Bruta (FNB) o Felicidad Interna Bruta (FIB), que mide la felicidad en función de cuatro parámetros: el desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, la promoción de valores culturales, la protección del medio ambiente y el establecimiento de un buen gobierno. Este indicador fue propuesto en 1972 por Jigme Singye Wangchuck, rey de Bután, en  el Himalaya.





Otros indicadores destacados son el Índice de Progreso Real (IPR) o Índice de Progreso Genuino (IPG) y el Índice de Bienestar Económico Sostenible (IBES). El primero se aplica desde 1950 y mide el bienestar económico y el progreso social de un país teniendo en cuenta actividades no remuneradas como el voluntariado o el cuidado de familiares, así como las desigualdades económicas y el desarrollo sostenible. El IPR está relacionado con el IBES, que contempla el consumo privado, el gasto público y el consumo de recursos. 

Todos estos indicadores pueden servirnos para complementar los datos obtenidos con el PIB y no medir la riqueza de un país únicamente en términos económicos. 

domingo, 1 de julio de 2012

La involución de las especies

La sociedad va evolucionando o, al menos, eso parece, pero ese infructuoso avance trae de la mano un gran retroceso humano.

El Estado del Bienestar crece, cada vez tenemos más comodidades de dudosa necesidad pero, ¿a qué precio? La humanidad y el sentimiento de solidaridad están retrocediendo o, en todo caso, no van a la par que el progreso tecnológico y productivo.  

Por ello, puede que esta evolución material que sacude nuestros días y que nos facilita tareas que antes eran imposibles o que costaban más trabajo llevar a cabo conlleve un cierto retroceso. Para fabricar  la gran cantidad de aparatos que utilizamos día a día para “vivir”, es necesaria una incesante adquisición de recursos naturales que suelen encontrarse en países empobrecidos. Todo lo que nos rodea, como el teléfono móvil, el ordenador, la televisión o el coche está compuesto por materiales que, en muchas ocasiones, han sido extraídos bajo condiciones de explotación laboral y vulneración de derechos humanos. ¿Quién no ha oído hablar en alguna ocasión del coltán como componente de teléfonos móviles y de la mafiaque esconde su extracción?

Grandes multinacionales se apropian de los recursos naturales de estos países para que los ciudadanos occidentales podamos disfrutar de toda clase de aparatos tecnológicos cuyas piezas han dado la vuelta al mundo. Todo ello, además, conlleva una creciente acumulación de basura que, como no podría ser de otra manera, es acumulada en lo países empobrecidos.

Por tanto, cabe poner en duda la humanidad del ser humano. A la par que la sociedad evoluciona gracias a las nuevas tecnologías, parece como si la esencia fuera suplantada por paraísos artificiales. Lo peor es que todos somos conscientes de ello, pero seguimos con nuestra vida sin dilaciones.

Esta brecha tecnológica no hace sino aumentar las distancias entre el desarrollo de los países del Norte y el de los países del Sur, pero lastra el desarrollo humano de los países enriquecidos.

Es cierto que la desigualdad siempre ha existido, así como la pobreza. Sin embargo, el supuesto e incesante avance que nos acontece debería aplicarse en la reducción de las desigualdades y no en el aumento de las mismas. El progreso tecnológico debería avanzar detrás del progreso humano, y no en función de la comodidad de una parte de la población mundial y del interés económico de otra parte aún más reducida. Por tanto, esa capacidad humana cada vez más desarrollada para avanzar en lo que a innovaciones tecnológicas se refiere debería emplearse en hacer del mundo un lugar más justo.

Esta involución de la especie humana es reforzada desde el sistema de economía de mercado, donde la industria financiera y las grandes multinacionales marcan el ritmo, y es alimentada por el egocentrismo y el materialismo inducidos a través de la publicidad y de los medios de comunicación en su incesante intento por perpetuar un consumismo sin frenos y sin conciencia.